“Tú eres el director de orquesta” por Athena Fernández

Descubrí el poder que tenía la música antes de cumplir mi primer año de vida. Cuando mi papá entonaba “La Negra Tomasa” de los Caifanes, una peculiar selección de rock en español si lo que se desea es dormir a una bebé, pero que curiosamente surtía efecto. Eran pocas las veces que mi padre estaba en casa pero esos momentos envueltos en música se convertían en memorias en forma de sonido, imborrables para mí.
De una forma u otra la música continuó generando momentos especiales en mi vida, nací en un país caribeño por lo que todo evento social estaba lleno de ritmos alegres y estos guiaban gran parte de nuestras costumbres e interacciones como cultura. Sin embargo, descubrí que el sonido tenía capas mucho más profundas y poderosas gracias a mi mamá. Desde que tengo uso de razón la observaba meditar siguiendo la melodía y las frecuencias de ciertos sonidos que a mi parecer eran de “otro planeta”. Estas vibraciones generaban algo en mi cuerpo que despertaba mi curiosidad y que ella me permitió experimentar como esa pequeña niña con sed de aprender. Me sentaba a su lado a seguir las instrucciones de la voz que salía suavemente de un “radiocasete” sobre el que se apoyaban una torre de “casettes” y CDS, que solían tener portadas de imágenes de Cascadas, Montañas o de Buddhas sonrientes.

Meditar en casa no era lo único que despertaba mi curiosidad, ir junto a mi madre a prácticas de Yoga ó a charlas en el Templo Taoísta acompañadas siempre de estos mágicos sonidos eran otras de las actividades que encendían mi alma desde temprana edad. Pronto tuve la realización de que estas disciplinas sanaban su corazón y la ayudaban en el proceso de profundo luto que estaba viviendo por la partida de mi tío, su único hermano. Y me preguntaba ¿cuál era la ciencia detrás de esto?, ¿funcionaría la música acompañada de estas herramientas como medicina también para otras personas?
Siempre he sido una ávida lectora, en continua investigación; por lo que pronto descubriría que, en efecto, las ondas sonoras tienen un efecto real sobre los cuerpos físicos y sobre elementos con diferentes densidades. Por ejemplo, el agua, que compone la mayor parte de nuestros cuerpos, se comporta de manera diferente ante diversos rangos de sonido. Una forma muy interesante y sencilla de visualizarlo es aplicando diferentes frecuencias Hertz sobre arena en un plato “Chladni”. 




La ciencia detrás de esta magia radica en la onda sonora. Cuando un objeto vibra crea modificaciones sobre las moléculas de aire que los rodea, en forma de variaciones periódicas de presión con respecto al nivel normal de presión atmosférica, es decir, el de la atmósfera en estado de reposo; estas pueden ser mayores o menores al nivel normal. Por lo que la frecuencia es el número de veces que es repetida dicha vibración en un segundo (Hertzios: cantidad de ciclos en un segundo).
 
Personalmente, siento que los hechos científicos no reducen la magia que hay en prácticas como el “Sound Healing”, la meditación o el Yoga. Al contrario, la incrementan y la vuelven más fascinante. Cuando entiendo el proceso y “el porqué” detrás de las prácticas, estas adquieren mayor poder y profundidad. Ahora comprendemos el motivo por el que se dice que “174 hertz” es reconocida como una frecuencia solfeggio que tiene un impacto positivo sobre la salud del cuerpo y de la mente. También, podemos conectar con prácticas ancestrales como el Yoga, en las que entonamos mantras que generan diferentes vibraciones, llevándonos a un estado de alegría y de paz.
Otra forma muy poderosa en la que puedes aplicar el sonido, es conectarlo con el trabajo de Breathwork o Pranayama. Hay un ejercicio que realizamos en clase llamado “Bhramari Pranayama” en el que exhalamos profundamente activando diferentes puntos en nuestro rostro a la vez que emitimos un sonido tipo “zumbido”. Después de tres rondas sentirás que tus células bailan; te sentirás energizado, liberado y con ganas de vivir tu día al máximo.

¿Recuerdas esa niña que se sentaba a meditar y a experimentar el poder de la música? Tras vivir todo tipo de cambios en su vida, de realizar trabajos que no le encendían el alma pero que resultaron en grandes aprendizajes para ella, encontró el camino de vuelta a su esencia. Ahora es instructora de Yoga en Zen Panamá; combina el movimiento, con la respiración y el poder del sonido en cada una de sus clases. Se ha dado el permiso también de dedicarse a la música y de tocar el instrumento con el que siempre había conectado su alma, el bajo, con el que realiza también baños de sonido( El “ sound healing” no se realiza estrictamente con cuencos tibetanos). Ha descubierto que se puede combinar el poder de diferentes disciplinas. Nada le hace más feliz en el mundo que ayudar a otros a sanar, a sonreír, a moverse en armonía, a sentir paz y a conectar con ese niño interno que se siente más vivo que nunca a través de las prácticas.

Esta es una carta de amor para ti, porque sin importar el proceso que estés viviendo en tu vida has decidido ver más allá y apoyarte en herramientas que te aportarán verdadero valor. Tomar una pausa para ser, para sanar y vivir un estilo de vida alineado es de valientes, especialmente en una sociedad que parece premiar lo inmediato y lo superficial.
Deseo también que estas palabras sean un recordatorio de que tú eres el director de orquesta y tu vida es como una onda sonora con colinas y crestas que puedes moldear hasta armar tu propia sinfonía. Además, no tienes que caminar estos valles y cimas sólo, hay toda una comunidad llena de conocimiento, con ganas de crear y de componer contigo.

Bienvenido a  Zen y a la magia. Namasté,
Athena.




Un relato corto y personal sobre el
poder del sonido en la práctica del Yoga.

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